MUSEO ROMÁNTICO DE LA QUINTA DA MACIEIRINHA. OPORTO.
Ojo porque no estamos ante una visita fundamental en la ciudad pero si tienes tiempo de sobra, la puedes incorporar a tu agenda. El nombre le queda un poco grande al local, porque no se trata de un museo y tampoco tiene exactamente relación con el romanticismo, pero el nombre anima a visitarlo. La visita es baratita, unos dos euros, o bien gratuita en fin de semana. No te llevará ni una hora y hasta se puede ir en coche. El susodicho museo lo tenemos justo al lado de los jardines del Palacio de Cristal, donde tampoco hay un palacio de cristal, aunque en su día sí lo hubo. El supuesto museo que no es tal, consiste en una residencia burguesa del siglo XIX que en su momento fue una quinta de recreo en las afueras y ahora se halla rodeada por viviendas urbanas pero sigue teniendo espectaculares vistas sobre el Duero.
Aquí pasó sus últimos años Carlos Alberto de Saboya y naturalmente la casa es toda una delicia para los amantes de las Artes Decorativas y está conservada tal y como la disfrutaron sus huéspedes. Podemos ir de lunes a domingo pero no en festivos.
La visita se realiza con la ayuda de audioguías gratuitas y es entretenida pero no recomendable para niños. Por cierto que en la recepción ni te saludan ni te miran ni se esfuerzan gran cosa. En la planta baja hay un restaurante que no exhibe su carta en el exterior ni hay manera de verla en internet; curiosamente es el restaurante del Instituto del vino de Oporto.
Casi se me olvida mencionar que la señalización es inexistente y hay que escoger esa calle que se anuncia sin salida.
Si te gusta el turismo de descubrimiento y has ido a pie o en transporte público, justo a la salida hay una estrecha callejuela peatonal que te deja en la orilla del Duero, toda una provocación para los amantes de lo que los asturianos llamamos "caleyas".
Aquí pasó sus últimos años Carlos Alberto de Saboya y naturalmente la casa es toda una delicia para los amantes de las Artes Decorativas y está conservada tal y como la disfrutaron sus huéspedes. Podemos ir de lunes a domingo pero no en festivos.
La visita se realiza con la ayuda de audioguías gratuitas y es entretenida pero no recomendable para niños. Por cierto que en la recepción ni te saludan ni te miran ni se esfuerzan gran cosa. En la planta baja hay un restaurante que no exhibe su carta en el exterior ni hay manera de verla en internet; curiosamente es el restaurante del Instituto del vino de Oporto.
Casi se me olvida mencionar que la señalización es inexistente y hay que escoger esa calle que se anuncia sin salida.
Si te gusta el turismo de descubrimiento y has ido a pie o en transporte público, justo a la salida hay una estrecha callejuela peatonal que te deja en la orilla del Duero, toda una provocación para los amantes de lo que los asturianos llamamos "caleyas".